La estupidez de la verificación vehicular
Hace unas semanas usé jornada y media de trabajo para reemplazar un componente crítico de la dirección de mi camioneta pickup. En parte por mis ideales y principios - que implican hacerme cargo personalmente de los objetos y herramientas que poseo y utilizo en mi vida - y en parte por asegurarme aplicar la atención y precisión a mis vehículos que ningún mecánico por oficio hará en igual medida que yo, desde hace 6 años comencé a adquirir herramienta y a entrarle por mi cuenta a comprender mecánicamente mis propios vehículos y darles su mantenimiento por mi propia mano.
Tengo 2 camionetas pickup de los años 90, y varias motocicletas de principios del nuevo siglo. No es coincidencia ó azar que haya elegido vehículos de más de 2 décadas de fabricados. No me interesa tener vehículos relucientes de nuevos, y no doy mi voto de confianza a la mayoría de vehículos fabricados finalizando la primer década del 2000, por una serie de razones que quedarán claras más adelante.
Hago esta breve introducción porque es necesaria para contextualizar debidamente el escenario que se busca imponer desde la narrativa que la política socioambiental, apoyada por una larga cola de organismos académicos y no gubernamentales, esgrime actualmente en el tema de movilidad. A grandes rasgos, se pregona que lo necesario y responsable cívicamente en este rubro es transicionar de vehículos con motores de combustión interna a vehículos eléctricos. Esta transición es propuesta con un acompañamiento además de regulaciones gubernamentales para limitar la circulación de aquellos vehículos con un desempeño en emisiones relativamente "deficiente", es decir, de vehículos "viejos".
Esta narrativa es rápida y diligentemente aceptada por la ciudadanía en general que, por un lado, carece esencialmente de conocimiento sólido respecto a cuestiones medioambientales y de manejo de recursos energéticos, así como sobre tantas otras cuestiones, y que por otro lado, ignora convenientemente lo que una verdadera y realista responsabilidad individual con respecto a este tema conllevaría en sus vidas, regidas implacablemente por un condicionamiento cultural que convierte a la gente en consumidora impulsiva y materialista.
Pero para quienes ante las continuas e interminables oleadas de propaganda "climática" nos esforzamos por ejercer objetividad respaldada por conocimiento sólido, este discurso se desmorona al señalarse su más clara, su más evidente omisión: la huella ecológica (que puede subdividirse en distintos rubros, entre ellos la huella de carbono) de un automóvil no es meramente la derivada de manejarlo cotidianamente, sino fundamentalmente, es la derivada de su fabricación. La fabricación de nuevos vehículos, es y será siempre muchísimo mayor a la huella ecológica de las emisiones de gases contaminantes por parte de un vehículo ya existente.
En otras palabras, conservar funcionales los vehículos ya existentes, por un rango de tiempo razonable en términos realistas, conlleva un beneficio medioambiental indiscutiblemente mayor en la mitigación del cambio climático que cualquiera de las "soluciones" que la narrativa oficial propone engañosamente.
Y sin embargo, esta medida está completamente ausente de todo discurso medioambiental. De tal forma, la narrativa entera se denota como un absurdo ideológico enclavado en una irresponsabilidad profunda que se disfraza de altruismo socioambiental, al que subyacen intereses económicos y geopolíticos, lo cual no es ninguna sorpresa para quien no sea patentemente ingenuo respecto a la realidad de los vicios que caracterizan a la naturaleza humana y a la clase política.
Mi experiencia con mis vehículos resalta amargamente la bizarra realidad de despilfarro que caracteriza a nuestra sociedad: la costumbre, por ejemplo, de adquirir vehículos nuevos y deshacerse de ellos a los 4 ó 5 años por el pavor irracional a asumir el solucionar los eventuales "problemas" mecánicos (que no son más que la sencilla necesidad de renovar piezas de desgaste normal), en cambio considerándolos "prueba" de que el vehículo "ya empieza a dar lata" y por ende hay que cambiarlo, pues se tiene la manufacturada convicción (falsa, por cierto) de que comprar un vehículo nuevo es económicamente más conveniente que reparar lo que ya se tiene.
En esta situación percepcional tienen responsabilidad directa las principales armadoras automotrices, que se han encargado, por un lado, de desplegar una publicidad muy eficiente para elevar casi constante e ininterrumpidamente las ventas de vehículos, y por otro lado, han ido progresivamente implementando una vergonzosa obsolescencia programada a toda la gama de sus vehículos. Con ello, efectivamente han ido dando una torcida y malsana lógica congruente al pensamiento de que un vehículo nuevo hay que cambiarlo a los 4 ó 5 años, porque deja de ser rentable.
Cuando uno mismo asume la responsabilidad personal de dar mantenimiento, ó supervisar el mantenimiento, a su vehículo personal, comienza a comprender el absurdo que representa el descartar, el deshacerse de un vehículo "viejo" aduciendo el pretexto de que "ha dejado de ser funcional" ó que "ya es viejo y no es confiable ya". Un vehículo es un conglomerado de numerosísimas piezas ante las cuales el motor y la transmisión se denotan como poca cosa. Y sin embargo, para la gran mayoría de la gente, una falla cualquiera en el motor ó en la transmisión justifica el desechar el conjunto entero del vehículo: chasis, carrocería, tablero, asientos, tapicería, arnés eléctrico, sensores, baleros, rótulas, suspensión, dirección, ejes, ruedas, llantas, escape, y un largo etcétera.
Mantener funcional un vehículo, sobre todo aquellos fabricados hace unas cuantas décadas, no es difícil, ni significativamente costoso. Toyota, por ejemplo, tiene en almacenamiento y disponibles para la venta refacciones originales de todo tipo para prácticamente la gama entera de vehículos fabricados desde las décadas de los 70s y 80s hasta el tiempo presente. No representó problema alguno el adquirir las piezas que necesité para renovar mecánicamente mi camioneta modelo 1994, y ciertamente, el gasto total que me representó hacer eso fue considerablemente menor al costo de comprar un vehículo nuevo. De la misma manera, siguen existiendo además fabricantes de refacciones para todas las marcas automotrices, para la gran mayoría de los modelos existentes desde hace más de 3 décadas. Muchas refacciones ya están fabricadas y aguardando uso en almacenes, y otras siguen fabricándose según la demanda sobre ellas.
A pesar de esto, las personas - y personas de todas clases sociales - prefieren gastar más de medio millón de pesos, a veces más de 1 millón de pesos, para adquirir un vehículo nuevo, sin importarles el endeudarse por más de media década con créditos a tasas de impuestos absurdamente altas, alimentando así la dupla viciosa comercial con la que hacen negocio recíprocamente los bancos financieros y las armadoras automotrices a expensas de la ingenuidad - por no usar otro adjetivo - de las masas y la necesidad adquisitiva compulsiva a la que están subyugadas.
A esta situación desfavorable se suma la actitud gubernamental y ambientalista ciudadana que deriva en acciones ineficientes para atajar el problema, equivocadas en cuanto a que no solucionan las causas de fondo, negativas en cuanto a que infringen la autonomía del individuo, y que deben ser rechazadas en cuanto a que en el fondo no son más que una herramienta recaudatoria para el Estado: la típica "solución" de implementar la verificación vehicular para medición de emisiones, con las consecuentes regulaciones al libre tránsito y las multas recaudatorias.
No se niega que el transporte privado contribuya a la contaminación atmosférica, pero incluirlo como sujeto a regulación en el contexto actual, en que poco ó nada se ha hecho para regular las fuentes mayoritariamente contaminantes, sería un error y darle la razón a un gobierno - torpe como usualmente son los gobiernos - que busca una acción sencilla para emular estar tomando cartas en el asunto.
Mientras no se trabaje en generar opciones de transporte público realistas y eficientes, la verificación vehicular se torna meramente en un acto penalizante y coercitivo hacia una imposición ideológica, por un lado, y plenamente recaudatorio, por el otro, que además estaría penalizando principalmente a dueños de automóviles "viejos", ignorando el hecho de que tales individuos en los hechos contribuyen menos a la contaminación que quienes tienen vehículos nuevos pero "menos contaminantes".
Esto lo respalda una investigación que analizó el punto (disponible en https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S1361920919306285):
Por otro lado, si se van a regular las acciones del ciudadano en su vida privada buscando congruencia, entonces hay otras tantas acciones más significativas aún que el uso de automóvil y que contribuyen en igual ó mayor medida a la problemática medioambiental, pero abarcar ese tema es extender demasiado el presente artículo.
Finalizaré con una advertencia que aplica tanto para esta problemática como todas las demás problemáticas socioambientales: entender el funcionamiento del sistema ecológico planetario y las implicaciones derivadas de ello, así como el contexto amplio socioeconómico y de gobernanza, y por ende tener la capacidad para tomar decisiones al respecto, requiere mucho estudio y preparación, no meramente sentir aprecio y preocupación por el medio ambiente. La gente activista que siente este aprecio, pero no está preparada profesionalmente en ello, debe ser muy cautelosa con sus posturas y con el respaldo que da a gobiernos y ONGs.
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