2022 – 2023 (español)
Termina un año, pero no termina la pesadilla de destrucción que, vislumbrable años ya atrás, con desvergüenza y burla descubrió abierta y llanamente su abyecto rostro al finalizar el 2019.
Tres años hemos soportado el ser testigos de la aceleración enfermiza y deletérea de la oleada degradante, que absorbe a cada vez más humanos, irracionales habilitantes una condena colectiva impuéstonas progresiva y cobardemente por el mal.
El mal, entidad informe y plástica, muda, indeleble, primigenia, ubicua en presencia expectante, infiltrante y oprimente. La mancha maldita con que debemos lidiar en este mundo y condición existencial. Ingenuo es el humano que lo concibe aún bajo figuraciones conceptuales simplistas y filosóficas, error bajo cuyo paraguas yace por igual la fatal condición de no comprender la clave de nuestra esencia y condición humana.
El mal habita latente en el humano, habiéndose consolidado desde antigüedades remotas como semilla incipiente en su estructura etológica, incansablemente paciente a través de centenios de milenios, seguro en la certeza de desarrollarse subyacente y libre al cobijo de la oportunidad que le otorga la ilusión estúpida humanista de que la virtud existe de forma intrínseca en el individuo.
Pruebas rebosantes de lo contrario a esta ilusión palpitan gritando a lo largo de estos tres años; la facilidad con que han germinado los tumores del mal: la envidia rabiante, el anhelo de aplastamiento, el hambre irracional de destrucción iracunda, el goce obsceno en el monstruoso colectivismo barbárico, la satisfacción cobarde en la uniformización del todo para no sufrir el deslumbramiento por contemplar la virtud.
Si algo hay por celebrar, es únicamente la perdurancia de esperanza resguardada en la voluntad sostenida de grupos enarbolantes aún la virtud, la perseverancia, y la convicción. Nada más hay por celebrar, y hacerlo es jugar el juego que el mal se regodea en hacernos jugar.
Este fue el tercer año de deliberada, expuesta y descubierta destrucción. No habrá tregua en la degradación, y cada día, mes y año que transcurran de aquí en adelante, si no opuéstoseles resistencia, serán de cada vez peor profundización en el alejamiento de todo lo que el humano con extremo esfuerzo y sufrimiento construyó a través de largos siglos de penas y trabajo.
No es esto un juego. El infierno es materialmente real, creable por conducto del humano mismo, para sí mismo y sus semejantes. Episodios de su despliegue han habido ya en momentos repetidos de la historia, pero ellos, aún los más terribles conocidos, serán poca cosa respecto al infierno que en este mismo instante continúa gestándose por conducto de nuestra propia complacencia ignorante.
Oponer nuestra fuerza, voluntad y férrea convicción ante esta entidad abyecta de destrucción es el acto más encumbradamente humano que puede existir. Comprender lo necesario para ser capaces de ello, es tarea enorme y difícil, pero necesaria, crucial, indispensable.
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