APUNTES

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Un destello en la obscuridad inmensa del escenario cósmico. Una ventana temporal, una rasgadura abierta en el pesado velo envolvente la cuna de la humanidad.

El impulso crucial otorgado a la humanidad por el advenimiento y esgrimado del petróleo. La oportunidad, corta, efímera, pero suficiente si entendidos a cabalidad los sacrificios necesarios, para trascender hacia el paso siguiente en el escenario sideral.

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Vivir es una administración de actividades.

Uno lo comprende ya que se supera la incógnita de vivir en la ignorancia estandarizadamente intrínseca.

Antes de ello, la emoción de percibir ese horizonte nebuloso de potencialidad jamás puesta a prueba tiene la capacidad de alimentar por tiempo irrestricto vidas enteras, y no hay consciencia sobre esa esencia de la vida.

¿Por qué afirmas que no la hay?

Porque en ese entonces de infancia racional, se les halla significado significativo a esas actividades.

Por ende, no puede concebirse, comprenderse esa esencia.

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Otro año de vadear en el lodazal, ciegos, aprisionados en nuestra propia humanidad, condenados a un destino inescapable.

Esforzados hasta el aturdimiento agotador en develar el enigma que oprimente gravita sobre nuestra existencia y la realidad misma que nos contextualiza, la indagación iniciada con ánimo de impulsiva como sopesada curiosidad, se va tornando un hastío indesprendible.

Los elementos del enigma perduran inconmovibles, la ilusión de haberlos debilitado mediante los audaces y heróicos avances de nuestro ingenio tecnológico e intelectual, tambaleándose ante su reverberante renovación en ciclos culturales incitantes la locura por rabia desesperada.

Una indignación y rencor crecientes hacia las entidades demiurgales, artífices de esta arquitectura existencial, irremediablemente críptica para nuestras mentes, y a la vez determinante el impulso que a ninguna respuesta significativa puede conducir.

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La gestación de los grandes ideales en un niño, descubiertos en los mundos de la imaginación, tierra sagrada para el cultivo del verdadero pilar humanista.

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De forma semejante a esos filósofos/sociólogos necios que escupen sus divagaciones egoístas hacia fuera, nadie habiéndoselas solicitado, imagino los productores de tales obras cinematográficas, repugnantes artistas de total inconsecuencia fuera de sus abyectos círculos sociales, que escupen sus visiones como mecanismo egoísta, justificado en que es arte.

Porque una cosa es hacer y divulgar un análisis filosófico/sociológico preciso, útil, consecuente. Y otra es chacualear estancadamente en la propia maraña mental, escribir las divagaciones resultantes, y a eso llamarle un ensayo de valor, y encima creerse dignos de aprecio editorial por eso.

Yo no soy repositorio para el residuo de la filtración terapéutica de esos desdichados egoístas, que nos avientan su cagada al público general en su egoísta necesidad de terapia disfrazada de expresión intelectualista.

 

Tal vez estoy profundamente amargado y hastiado.

 

Leer a Octavio Paz, por ejemplo, me repugna. Su ensayo In / mediaciones. Nomás de identificar su plasmación emotivo/artística en el texto, me inspira rabia. Detesto el que pretendan me interesa ahondar en SUS sensibilidades psicológico-artísticas. O al pobre Cesare Pavese. Toda una letanía de su sufrimiento existencial.

Sí, ya sabemos que todos sufren, todos gozan, todos ésto ó lo otro, me vale madre.

No tenemos escapatoria como humanos, de nuestros semejantes. El mismo cagadero en todos lados. Los mismos únicos portales de salida, hallables siempre sólo a través de nadar y vadear entre el cagadero. Porque tienes que, como dijo Cristo, apurar la copa. Para comprender.

 

 

 

 

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Tuve amplias discusiones con mi última pareja.

Ella estaba centrada en el trascendentismo del individuo según corrientes budistas.

Yo no comulgué nunca con el budismo, ó por lo menos con la corrupción del budismo por tantos manipuladores, en esencia porque me parece una ideología fundamentalmente escapista.

Desde luego, abogo por el esfuerzo por la trascendencia del individuo, pero ésta no puede desligarse del destino de la humanidad, y ése es el punto de peso.

 

Y en ese mismo sentido, me cuesta abrazar un cristianismo practicado con fines escapistas, que es lo que sería desde mi punto de vista el centrarse en uno salvarse y no hacer oposición a las fuerzas cósmicas del mal que tienen sus manos bien metidas en este mundo humano.

Claro, uno hace oposición efectiva a ellas al uno trabajar en "salvar" a su espíritu y despojar de él a esas fuerzas. Pero no basta.

 

No me interesa el más allá, porque sería una desfachatez desearlo cuando ya he sido bendecido en mi vida. No bajo esa visión clásica del más allá compensatorio. Tal vez sí, un más allá que aclare el desmadre entero que fuimos forzados a vivir.

Y me indigna también la mera alusión a la reencarnación hinduista, que me parece una bofetada burlona de parte de estos artífices demiurgales a nuestra existencia tan desde un inicio por ellos mismos determinada para miles de millones de humanos como miserable y tendiente a la condena.

 

Agradezco las bendiciones, pero no tengo simpatía por una entidad divina que haya diseñado el todo de esta forma.

La única posibilidad de simpatía, derivaría de que el escenario real no integre esa supuesta omnipotencia de la entidad que nos ha sido impuesto buscar, sino que sea más bien una de intenciones benévola para con nuestra especie, y haya equivalentes a ella en el cosmos entidades opuestas en inclinaciones, destructoras y caotizantes, y por ende el escenario entero se trate de un batallar eterno entre ambas.

Y aún así, no hay lógica alguna, ultimadamente, a todo ello.

Aún si hubiese un estado ó plano existencial ulterior a todo esto, al Universo mismo físico y metafísico que sea, me parece un absurdo todo este contexto de premisa que en esencia no es distinto a la animal competencia entre dos individuos con no mayor capacidad cognitiva que la brutez conferídales por su innata carga genotípica.

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Por eso ya esto, esto mismo me es de hastío.

Leer a humanos, para chacualear en el charco patético de nuestras ideaciones colectivas, que de nada sirven en el fondo.

Mero pasatiempo de contemplación repetitiva, regurgitante y reingestante para rumiar una, y otra, y otra vez lo que precariamente somos capaces de observar de la realidad.

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Esa mirada. El predicamento humano real, ante lo ignoto a la racionalidad, intangible pero finamente percibible.

 

La imposibilidad de discernir la naturaleza de un eventual testimonio, como extravagancia sugestiva, demencia ó realidad.

 

Vidas, generaciones transcurridas en el convencimiento refugista de que sólo puede ser demencia y sugestión patológica.

 

Un burbujismo conveniente, manufacturado desde un exterior ignorado. El hormiguismo anquilosante.

 

Un cristianismo, islamismo, hinduismo, confucianismo y demás meramente rasguñante, rascante.

 

La realidad, cubierta por un cuero curtido con decenas de centímetros de grosor al que ese rascar no hace mella alguna.

 

 

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El silencio brutal rodeante los baluartes últimos de racionalidad cultural.

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No es cristianismo la raquítica religiosidad del pacifismo tímido e ingenuo, del peticionismo eterno rescatista de quien le rehuye a afrontar, de la "tolerancia" complaciente y anticonfrontativa que ha dado campo libre a la infección y avance del infierno que se cierne sobre nosotros. No es, en fin, esa religiosidad de la esperanza en un más allá por sobre una desesperanza elusiva de nuestra responsabilidad en este mundo humano.

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Lo perdido en el desvanecimiento de la honra y la dignidad de un continente entero.

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For the force of the aether chases them toward the sea, The sea spits them out toward earth’s surface, the earth toward the rays. Of the bright sun, and he [i.e., the sun] hurls them into the eddies of the aether. Each one receives them from another, but all hate them. Of them, I too am now one, an exile from the divine and a wanderer, I who relied on insane Strife.

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La liminalidad en un horizonte de perdición anticipada.

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El trasfondismo diluyente efímeras, etéreas individualidades agonizantes vidas enteras.

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El preludio que transcurre inadvertido, incorporante, transformante, integrante a los entes por millones, ignorantes el suceso ciclópeo, titánico en tiempo e implicaciones de irreversibilidad apenas exiguamente comprensible.

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Hay un temor que paulatinamente se acrecienta en mi consciencia. Un temor profundo, hueco, ambiguo en origen, como el que emana de las pesadillas.

 

Ese miedo ligado a los varios elementos que considero pruebas, indicios para cierta potencial veracidad de asuntos que relegamos a lo místico.

 

No es un miedo inducente pánico, no es el miedo simple a lo desconocido erradicable mediante una racionalidad esforzada. No.

 

A medida que me profundizo en la observación lo más cruda, lo más desnuda posible de nuestra existencia; a medida que diviso más claro el verdadero, tangible infierno de la bestialidad irracional subyacente al tenue edificio cultural.

 

Se evidencía ésta insoportable por su veracidad y presencia velada por meros comportamientos sociales.

 

Ver esa bestialidad, entenderla como la verdadera fuerza dominante esta realidad material y espiritual.

 

Y constatar el progresivo deslizamiento de los frágiles baluartes culturales, hacia el derrumbamiento seguro futuro.

 

A la par, tener mis certezas, más allá de la ridícula derisión dogmática del ingenuo mecanicismo reduccionista científico, de que fuerzas incomprensibles, inobservables por la ciencia actual, existen y habitan, usan a la humanidad.

 

Leer en ese contexto análisis reflexivos sobre el rapto (https://tms.edu/educational-resources/journal/archive/why-a-pretribulational-rapture/), me provoca ese temor.

 

No lo leo ya como particularidad interesante de una religión anacrónica.

 

Sino como la fatal críptica mensajería legádanos desde una antigüedad remota por una entidad cósmica hostil que se codea con todo lo que rebulle en esa bestialidad irracional.

 

Es este temor, el de percibir con creciente precisión, creciente claridad, que no será nuestra racionalidad herramienta suficiente para develar lo oculto sin arriesgar la cordura mental, ni baluarte suficiente tal vez para resguardarse de su extravío llegado el momento culminante.

 

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El preludio observado hace 30 años, comenzado a ser comprendido hace cuatro.

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...la melancolía era una forma que eludía la razón y que conducía a los espacios oscuros y grandiosos donde los ojos del filósofo están ciegos y son incapaces de comprender los misterios del placer y del horror.

 

(...)

 

¿Qué pasaría - podría haberse preguntado Kant - si alguien atravesase el lindero prohibido y pentrase el noumenon? ¿Perdería el juicio al alejarse del phaenomenon? Ciertamente, la experiencia podría significar una zambullida en aquello que es pensable pero no cognoscible por los sentidos, y por lo tanto una mente que lograse traspasar el umbral, al comprender el sinsentido de la vida, podría enfermar, desequilibrarse ó hundirse en el tedio.

 

La locura era un reto, pues aparentemente el enfermo intentaba traspasar los límites del conocimiento para entrar en un territorio sombrío lleno de visiones y fantasmagorías de naturaleza incierta. La noble melancolía podía ser un camino alternativo para sentir el vértigo ante la boca del negro abismo en un intento mórbido por penetrar lo impenetrable. Pero si, por alguna causa, el hombre intenta adentrarse en la naturaleza, queriendo ir más allá de los sentidos sin que la razón establezca antes sus propios designios, puede llegar a un mundo oscuro y misterioso de cosas enrevesadas, desordenadas, trastornadas.

Erich Fromm

El corazón del hombre (1964)

El humano tiene conocimiento de sí mismo, de su pasado y de su futuro, que es la muerte; de su pequeñez e impotencia; conoce a los otros como otros: como amigos, como enemigos ó como extraños. El humano trasciende toda la vida de otro porque es, por vez primera, consciente de la vida de sí mismo. El humano está en la naturaleza, sometido a sus dictados y accidentes, pero trasciende la naturaleza porque carece de la ignorancia ó inconsciencia que hace del animal una parte de la naturaleza, como uno con ella. El humano se encuentra ante el espantoso conflicto de ser prisionero de la naturaleza pero libre en sus pensamientos; de ser una parte de la naturaleza y ser, sin embargo, una rareza de la naturaleza, por así decirlo, de no estar aquí ni allí. El conocimiento que el humano tiene de sí mismo lo hizo un extraño en el mundo, aislado, solitario y amedrentado.

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Si las tendencias arcaicas regresivas las comparten muchos, tenemos el panorama de una folie à millions; el hecho mismo del consenso hace que la locura parezca prudencia, y la ficción realidad. El individuo que participa de esa locura común carece de la sensación de aislamiento completo y de separación, y en consecuencia escapa a la intensa angustia que experimentaría en una sociedad progresiva. Debe recordarse que para la mayor parte de la gente, razón y realidad no son otra cosa que el consenso público. Uno no "enloquece" nunca cuando no difiere del suyo el pensamiento de ningun otro individuo.

Pasiones irracionales son las que dominan al humano y lo obligan a actuar contrariamente a sus verdaderos intereses, y debilitan y destruyen sus facultades y le hacen sufrir. El problema de la libertad de elección no es el de elegir entre dos posibilidades igualmente buenas; (...) La libertad de elección en que actúan el determinismo ó el indeterminismo es siempre la libertad de elegir lo mejor contra lo peor - y mejor ó peor se entienden siempre por referencia al problema moral básico de la vida - entre el progreso y la regresión, entre el amor y el odio, entre la independencia y la dependencia.

 

(...)

 

El argumento a favor de la opinión de que l humano no tiene libertad para elegir lo mejor en oposición a lo peor, se basa, en medida bastante considerable, en el hecho de que suele atenderse a la última decisión en una cadena de acontecimientos, y no a la primera ó la segunda. (...) Puede generalizarse diciendo que una de las razones por las cuales la mayor parte de la gente fracasa en la vida es precisamente que no conoce el momento en que todavía es libre para actuar de acuerdo con la razón y que no tiene consciencia de la elección sino cuando ya es demasiado tarde para tomar una decisión.

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La libertad no es atributo constante que "tenemos" ó "no tenemos". En realidad, no existe tal cosa como la "libertad" salvo como palabra y como concepto abstracto. No hay más que una realidad: el acto de liberarnos a nosotros mismos en el proceso de elegir. En ese proceso varía el grado de nuestra capacidad para elegir con cada acto, con nuestra práctica de la vida. Cada paso en la vida que aumente la confianza que tengo en mí mismo, en mi integridad, en mi valor, en mi convicción, aumenta también mi capacidad para elegir la alternativa deseable, hasta que al fin se me hace más difícil elegir la acción indeseable que la deseable. Por otra parte, cada acto de rendición y cobardía me debilita, prepara el camino para nuevos actos de rendición, y finalmente se pierde la libertad. Entre el extremo en que ya no puedo hacer un acto equivocado y el otro extremo en que perdí la libertad para actuar bien, hay innumerables grados de libertad de elección. En la práctica de la vida el grado de libertad para elegir es diferente en cada momento. Si el grado de libertad para elegir el bien es grande, se necesita menos esfuerzo para elegir el bien. Si es pequeño, se necesita un gran esfuerzo, la ayuda de los demás y circunstancias favorables.

Roger Bartra

El duelo de los ángeles (2004)

Schiller, ese inquieto escritor que se movía entre la Ilustración y el romanticismo, señaló con precisión los extraños vínculos que unen la melancolía a la razón. Los sentimientos sublimes y melancólicos, creía Schiller, no sólo son estimulados por aquello que la imaginación no puede alcanzar: 《lo que es incomprensible para el entendimiento, la confusión, puede igualmente servir como representación de lo suprasensorial y proporciona a la mente un impulso a elevarse》.

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El hombre encuentra la imagen de su libertad ante la radical alteridad del "caos desordenado de las apariencias" y la "salvaje incoherencia de la naturaleza". Esta extrañeza le revela que es completamente independiente, y el caos irracional le permite construir racionalmente el orden mlral.

El hombre encuentra la imagen de su libertad ante la radical alteridad del "caos desordenado de las apariencias" y la "salvaje incoherencia de la naturaleza". Esta extrañeza le revela que es completamente independiente, y el caos irracional le permite construir racionalmente el orden moral.

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Es necesario abandonar la posibilidad de explicar la naturaleza, y tomar esta misma incomprensibilidad como un principio de explicación.