Consumismo y congruencia

Automotriz

Hace poco más de un par de años le sucedió a mi camioneta pick-up lo que por más de un año había estado aguardando, sin saber a ciencia cierta el momento en que sucedería, pero sí que ese momento, inevitablemente llegaría. Una pieza fundamental de su motor llegó al fin de su vida útil, en gran parte debido a un error mío que derivó en el sobrecalentamiento del motor tiempo atrás. Reemplazar esa pieza requería abrir el motor, un trabajo que se presentaba en primer instancia como complejo, tardado, imposible.

 

Hasta ese momento, este motor había trabajado por más de 392 mil kilómetros, durante más de 25 años. El vehículo es una Toyota Pickup/Hilux del año 1994. Su máquina es el 22RE, un motor casi legendario y bien conocido como uno de los más duraderos en la historia de la industria automotriz. Igual que el motor, el vehículo entero denota haber sido construido en tiempos en que la longevidad y confiabilidad eran los principios rectores de la manufactura de productos de consumo, para dar servicios por décadas y décadas. 

Tras comprarla, a inicios del año 2018 a su dueño anterior en Uruapan, Michoacán, dio comienzo el camino de darle una buena renovada a sus componentes cansados. Nada fuera de lo común, simplemente el reemplazo de piezas desgastadas: rótulas, terminales de dirección, amortiguadores, empaques y bandas de motor, baleros, sellos de aceite, mangueras, termostato, balatas, alternador, entre otros; así como lo más básico que es el cambio de fluidos, aceite de motor, de transmisión, de diferenciales, anticongelante. Repito, lo normal que es necesario periódicamente en cualquier máquina.

 

Hubo un ahorro considerable al procurar hacer casi todo el trabajo mecánico personalmente, lo cual me permitió además adentrarme a un mundo bellísimo que es el de una aproximación íntima a una máquina y palpar, tocar su esencia y anatomía. Invertí en herramientas, me informé sobre los procedimientos necesarios en internet, y aprendí sobre la marcha mecánica.

22RE Bulletproof (1)

Cuando sobrevino finalmente este problema que requiere abrir el motor, ciertamente hubo una sensación inicial de preocupante pesimismo, al imaginarme una tarea inabarcable por mí, sumamente compleja, imposible. Pensando con calma, reconocí que esto es fundamentalmente el reflejo de un concepto culturalmente impreso hoy en día, el que dicta que fallas más que las más básicas en un motor automotriz, justifican el deshacerse del vehículo entero y reemplazarlo por otro.

 

Me impuse el enfrentar esto, descubrir su aspecto real más allá de lo que pudiera imaginar, y hallar la solución a aquello que innegablemente tenía solución, por más oculta que ésta se presentase por culpa de esa predisposición cultural.

 

Finalmente, y tras varios meses de trabajo por etapas y de bellísimo descubrimento, completé la operación mecánica: habíale hecho una cirugía, literalmente, al motor de mi camioneta, procurando ser cuidadoso y metódico, y paciente. Llegó el momento crucial, definitorio de tanto: dar marcha nuevamente a la máquina.

 

No puedo describir con justicia la bellísima sensación de satisfacción y alegría al escuchar al motor, tosiendo y vibrando, salir de su sopor de meses y despertar. ¡Lo había logrado! Gracias a Dios, se me permitió lograr con éxito el trabajo. Tenía en mis manos mi vehículo, listo para incontables kilómetros más de trabajo, con un motor renovado por mis propias manos. Tenía además la convicción comprobada de que obstáculos que culturalmente se nos presentan como insuperables, no lo son.

 

¿Qué relación tiene este relato con la sostenibilidad?

 

Los discursos de sostenibilidad, concepto tan superficialmente prostituido hoy en día bajo el término de sustentabilidad, atacan principalmente los hábitos de consumo de los individuos de las sociedades del mundo globalizado. En lo que respecta a la industria automotriz, mucho se habla de utilizar menos el auto y más bien medios de transporte colectivos o libres de emisiones, como la bicicleta; mucho se habla de implementar a escala masiva a los vehículos eléctricos y con ellos reemplazar a los de combustión interna; mucho se habla del desarrollo de biocombustibles.

 

Pero poco se habla sobre el desarrollo compulsivo cada vez mayor, y la adquisición compulsiva cada vez mayor, de automóviles nuevos por parte del consumidor individual.

 

Desde el año 2000, a nivel mundial se han construido anualmente entre 40 y 70 millones de vehículos automotrices para uso civil privado (es decir, excluyendo a vehículos de uso comercial, industrial y social). En el año 2016 solamente, se construyeron más de 70 millones de autos.

Automotriz
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Mientras que los discursos predominantes de sustentabilidad hablan sobre reducir las emisiones de gases de efecto invernadero únicamente en relación a la conducción del automóvil, hay un silencio marcado respecto a la inmensa cantidad de recursos naturales requeridos para la manufactura industrial de automóviles, así como sobre la huella de carbono de las actividades implicadas de extracción y procesamiento de dichos recursos. Se habla sobre derrocar a la industria del petróleo, pero no sobre hacer mella ó regular en dimensiones ó ética de consumo al comercio automotriz.

 

Por otro lado, la industria del reciclaje logra recuperar, en el mejor de los casos, apenas 27 millones de autos en desuso anualmente a nivel mundial. El acero recuperado en Norteamérica alcanza para construir apenas 13 millones de autos nuevos. En otras regiones del mundo, esta cifra es menor.

 

En este contexto, son muchos los integrantes de las clases media y alta en México, y no se diga en EEUU y Canadá, así como en países en desarrollo económico explosivo, que acostumbran adquirir un automóvil nuevo cada 5 años como media, ó bien, que se sujetan a la predisposición cultural que mencioné respecto a las razones para reemplazar su auto, una de las cuales es simplemente que el kilometraje del mismo ronde ya los 100 mil km, alrededor de los cuales ronda peligrosa la amenaza de una falla inevitable con una reparación costosísima.

 

En la mentalidad social globalizada, los automóviles han pasado a formar parte de las filas inmensas de productos desechables, cuya utilidad se estima en menos de media década, cuya reparación no vale la pena el gasto, bajo la tentación de que un vehículo nuevo tiene un costo poco mayor al costo de seguir manteniendo funcional un vehículo "viejo".

 

Hablar del componente psicológico en relación a la dinámica de expresión de estatus social ligado a esto, es tema para otro escrito, pero es conocido de sobra como corresponsable de esta dinámica consumista insostenible.

Hay quien dirige la culpa del consumismo social a las malvadas corporaciones y su desmedida ambición de ganancia, quienes, se argumenta, engañan a la gente y la induce a consumir irracionalmente a su conveniencia.

 

La realidad es que el consumista es ultimadamente el único responsable en sociedades libres, pues es el dueño de su propio dinero y es quien decide cómo gastarlo, y es quien decide vivir en la comodidad de perdurar bajo las predisposiciones culturales impuéstales educacional ó propagandísticamente.

Compra

Si no se tiene la fortaleza de voluntad y consciencia para razonar con un sentido de responsabilidad social y global, para tomar decisiones maduras, entonces no tenemos realmente derecho a considerarnos con orgullo como individuos libres, integrantes de sociedades de primer mundo.

 

Deberíamos ser sometidos, en cambio, a la dura realidad de que somos, más bien, los principales responsables de la situación socioambiental que terminará siendo la condena para las futuras generaciones humanas y la perpetuación de nuestra civilización, y que es ya la condena para infinidad de otras especies de vida en este planeta.

 

En mis años de trabajo como biólogo en el noreste de México, he tenido contacto con infinidad de ejidatarios campesinos. Es notable cómo la mayoría utilizan para su trabajo y vida diaria camionetas viejas más de 20 ó 30 años. Como la mayoría de la gente de las regiones rurales, la irónicamente providencial falta capacidad adquisitiva y abundancia material les ha permitido no perder aún la perspectiva de antaño de conservar las herramientas, las cosas; no han perdido la noción de responsabilidad que trae consigo la posesión de ellas; la responsabilidad de sacar el debido provecho de ello, y sobre todo, de contentarse con lo que se tiene, sin por ello dejar de lado la superación personal, profesional y espiritual.

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¿En qué somos diferentes los habitantes de las modernas ciudades que nos impida recuperar la sabiduría de la gente del campo? ¿Qué creemos que nos hace merecedores a despilfarrar recursos y energía sin consecuencias morales aparentes?

 

Lo que mi camioneta Toyota me ha enseñado, es que hay una dicha profunda en que uno haga suyo una herramienta a través de su uso cabal, lo que implica responsabilidad en su cuidado y mantenimiento, y fidelidad para con ella, al conservarla y no desecharla antes de tiempo por falsos conceptos de utilidad y durabilidad.

 

Me ha enseñado que eso es lo que en realidad liga a una persona a un objeto en un sentido trascendental, no en el sentido degradante con que los discursos de mercadotecnia actuales convierten a los individuos en prisioneros de lo material del mundo.