La complejidad fantástica
Hay cosas tan difíciles de explicar. De expresar acorde a la real sensación. Son cosas que uno vislumbra, fugazmente; es un atisbo momentáneo a la realidad, tan lejana de nuestras vidas.
Qué ironía es ésa. La ironía de la vida del ser humano. Transcurren nuestras vidas en el mundo, y jamás vimos el mundo. Ciegos que miran. Que miran sus vidas enteras una fantasía, que, para aumento de la ironía, poco tiene de bello, de pleno, de concreto y de auténtico, y sí abunda de desesperanzas, dolores, deseos inalcanzables, hubieras y quisieras interminables. Es esa vida una ironía, pues transcurre en una realidad ignorada que es fuente de maravilla interminable, realidad que tal vez está al alcance de todos, de una u otra manera, si nuestras vidas fuesen vividas distintamente, de otra manera.
No voy aquí a discursar apelando a la idea de que la vida de antaño, la vida de los quehaceres básicos, era mejor. Aquella vida como la de los nativos norteamericanos, o sudamericanos, o africanos, o australianos, que transcurren en constante e íntimo contacto con los elementos directos de la realidad, y cuyas fantasías ciertamente no los distancían en gran medida de ese contacto, como por el contrario las nuestras a nosotros, humanos de la modernidad. No apelo a esa idea, porque considero que la realidad estaba lejos de ser atisbada por esos humanos, a pesar de ese contacto con sus elementos. La razón es que esa simpleza estaba aderezada con un nulo entendimiento de lo contactado, de lo observado, de lo vivido. La deificación de la Naturaleza, de sus elementos, la mitificación de acontecimientos. La ciencia estaba ausente, no existía. No basta, pues, una vida de quehaceres básicos, si ésta se ha originado, si ha partido desde la ignorancia elemental, desde la ignorancia que la complejidad fantástica desconoce.
La complejidad fantástica es la característica de las vidas irónicas modernas. Complejidad, pues está construida sobre una estructura de conocimientos abundantes pero desordenados y no procesados a un nivel de inducción crítica, sus orígenes olvidados en la maraña del pasado, su aplicación, desconocida, aunque presente en todo momento, espacio y objeto. Por dar un ejemplo: utilizamos automóviles, sin saber cuándo y cómo se descubrió la obtención del acero, ni dónde y cómo se obtienen los minerales y metales de que proviene; cuándo y quién inventó cada mecanismo que lo integra; cuándo y cómo se descubrió el petróleo, cómo se obtiene, cómo se transforma en gasolina; desconocemos cómo funciona el motor, cómo se fabrican las llantas; y un largo etcétera. Así como éste, son innumerables los ejemplos, las situaciones que demuestran nuestra ignorancia, la ignorancia moderna, que existe sobre una base amplísima de conocimiento. Esa ignorancia pervive y persiste porque nuestras vidas modernas no requieren hacernos conscientes sobre esos conocimientos amplísimos que estructuran nuestro mundo.
Además, vivimos una fantasía colectiva, que esteriliza y simplifica el mundo, tornándolo en una secuencia de eventos a vivir, de deseos y anhelos a sentir, de dolores y derrotas a pasar y soportar. Todo lo ocupa lo que debe de hacerse, y no se sabe ya por qué ni para qué.
Hubo un tiempo en que la humanidad se esforzó conscientemente por superar su condición, y la gente sabía para qué hacía lo que hacía en bien del interés común, colectivo. Hoy, parecen cumplidos nuestros deseos, los deseos que nos trajeron a este presente. Un presente que no entendemos, que desconocemos, y que perpetuamos sin fines concretos, sin una meta tangible. Es la continuidad impulsiva, que hemos convertido en nuestra razón de existir, sin darnos cuenta de ello.
Nos quedan entonces, en tan vacía existencia, en tan sin rumbo vivir, sólo el perseguir lo que creemos es el sentido de la vida: esa secuencia de eventos, de deseos y anhelos, pero todo escenificados dentro de esa vida incomprendida.
En tal contexto es que nos dirigimos a nuestra perdición real, pero incrédulos lo negamos, pues esa perdición atañe a la realidad que ciegos somos incapaces de mirar. La ironía, empero, continuará incluso hasta nuestro final, el que adjudicaremos a causas que pertenecen a nuestra fantasía y no a la realidad.
Y, ¿qué es esa realidad? La tenemos a nuestro alrededor, nosotros mismos somos esa realidad. Incluso nuestras vidas y su fantasía son parte de esa realidad, pero como tal pueden verse y entenderse sólo cuando observadas desde fuera y no desde su interior.
Es por eso que, a pesar de nuestra miseria existencial actual, estamos en el momento de la historia humana preciso y único en el que tenemos a nuestra disposición las condiciones necesarias para poder descubrir la realidad. Los extremos existenciales son analizables ya: el de los quehaceres básicos, y el de la complejidad fantástica. La ciencia, viva desde hace decenas de siglos, y priorizada y maximizada hace ya varios centenares de años, ha develado lo que es ya suficiente para entender la realidad.
Cañón de Mireles, Rayones, N.L.
Miércoles 25 de Noviembre de 2015