El apócrifo escepticismo
Como ya antes con respecto a cada evento meteorológico que se caracterice por bajas temperaturas, nevadas y/o heladas, ahora, con la inminente llegada al norte de EEUU de una tormenta invernal ligada a un vórtice polar, surgen nuevamente las voces contrarias a la aceptación general del calentamiento global derivado del cambio climático antropogénico que enfrentamos.
No diré que esas voces son las del escepticismo, por una clara razón: el escepticismo requiere conocimiento como punto de partida. Cuestionar como inválida una afirmación científica es un proceso normal en el proceder científico, pero se caracteriza siempre por una contraafirmación acompañante, sustentada en datos de calidad que son producto de observación, experimentación, comprobación. El escepticismo es, de hecho, la cualidad tal vez más importante en una persona entrenada en el pensamiento científico; es una cualidad que contrarresta el subjetivismo intrínseco del razonamiento humano.
En su casi total mayoría, las voces que critican al concepto de cambio climático antropogénico no son la expresión del escepticismo, a pesar de pretender presentarse como tal. Son, en realidad y más bien, la expresión de la ignorancia. Una ignorancia que ha encontrado un nicho ideal para su afianzamiento en las condiciones de laxitud cultural y desmoronamiento intelectual que caracterizan preocupantemente en cada vez mayor grado a las sociedades occidentales. Una ignorancia que crece continuamente bajo el amparo de una educación que es cada vez menos amplia, menos plena, y que es cada vez más una simulación, diluyéndose en un cascarón crecientemente vacío.
Bajo estas condiciones, la ignorancia se ha tornado cada vez más difusa en su expresión, pues al suavizarse los criterios de juicio que definían y diferenciaban el conocimiento del no-conocimiento, se ha dado estímulo a la noción que malamente confunde la libertad de expresión con el derecho de opinión. Como resultado, se refuerza la desaparición de las fronteras entre el conocimiento y la ignorancia, y desaparece, ultimadamente, la diferenciación entre una opinión autorizada y una opinión inválida.
Las voces críticas del cambio climático antropogénico son un ejemplo claro de este fenómeno: ciudadanos con una educación no científica, sin conocimientos más que superficiales y generales, en el mejor de los casos, en temas científicos de meterología, climatología, oceanografía, geología, ecología y demás, expresan su escepticismo sobre afirmaciones hechas por científicos que sí cuentan con la preparación académica y en conocimientos que respaldan dichas afirmaciones. Peor aún, con lujo de autocomplacencia, expresan dicho escepticismo con desdén, desprecio, y hasta enojo, y ante cualquier observación contraria, responden con una defensa que hace alusión a su libertad de expresión mal entendida como derecho de opinión.
Pero me detengo. No es finalidad de lo que aquí expreso el enalzar con ánimo discriminatorio una brecha insalvable entre el gremio científico y la población no científica. No. Mucho me gustaría que lográsemos como humanidad llevar al alcance de la mayor cantidad posible de personas el valioso conocimiento científico que tanto tiempo, esfuerzo y sacrificio ha costado generar. Todos deberíamos tener derecho a ese conocimiento, porque todos, desde el obrero, el campesino, hasta el empresario y el científico, hemos contribuido y contribuimos indirecta o directamente a esa generación de conocimiento.
Eso no sucederá mientras se siga suprimiendo la diferencia entre el conocimiento y la ignorancia con fines corruptos y torcidos de equidad e igualdad. Eso no sucederá mientras se siga impulsando la igualdad en derecho de opinión en temas científicos entre una persona con una preparación académica, ó incluso independiente, esforzada y una persona carente de ella. Eso no sucederá mientras se sigan eliminando los ideales de aspiración que antes servían para impulsar el crecimiento educativo de niños y jóvenes, que ahora son desprovistos de cualquier modelo aspiracional de calidad, y engañados con la falsa noción de que no hay modelo a seguir mejor que otro, y que igual vale la opinión de quien se ha esforzado décadas preparándose científicamente, que la de quien no lo ha hecho.
Debemos retornar a reconocer y respetar el conocimiento. Sin duda esto es cada vez más difícil en un mundo cultural rebosante de ambigüedades y de corrupción rampante, de "falsos profetas" y de discursos engañosos. Quien sienta perder esperanza, recuerde esto: el conocimiento y la verdad son tan fuertes como quienes los defiendan.