Rincones de lejanía
Viaja soplando tenue el viento, ligero en el pausado avanzar del día.
El bosque respira, cantan árboles heraldos dispuestos aquí, allá.
Infinidad de voces silenciosas, inaudibles.
El hallazgo imposible de un sendero casi ignoto.
El descenso se devela, un llamado llega, de lejanías proveniente.
Coníferas en un flanco, arbustos agrestes en el opuesto.
Un vacío en medio, y una vena de agua en el fondo, vacía.
Más adelante, la vislumbro:
piedras incontables yacen, aguardando.
Pinos silenciosos tienden sus brazos sobre el arroyo seco.
Han sido, y serán nuevamente testigos de despertares.
Suaves a veces. Furiosos otras. Emisarios siempre.
Son las cañadas los aposentos preferidos del tiempo.
En sus fondos yace en pausa, en sopor.
Rincones lejanos.
Eluden la imaginación.
Resguardados de pasares ligeros.
Aguardan ellos también.
Vidas silenciosas en ellos habitan.
Inadvertidas, pequeñas, en el mundo humano despreciadas.
Cada espacio allí es sagrado.
Cada elemento contiene un mensaje.
Lugares sagrados son.
Consagrados al servicio del tiempo.
¿Podremos algún día atisbar
más que la mera superficie
de los significados aquí contenidos?
Es ésa nuestra eucaristía.
Cada aproximación y contacto.
La mera proximidad, fuente de bendición.
La mera presencialidad, un soplo al interior de nuestras almas.
Pues criaturas somos del mismo mundo.
Las ligaduras entre ellas y nosotros de esencia subyacente, velada.
Las cargas, las ideaciones falsificantes, las doctrinas rebeldes, los celadores de nuestra prisión.
Esa condena exiliante, por siglos concebida.
Somos nosotros adeptos al sacerdocio de la búsqueda.
La búsqueda esforzada, inamovible, constante.
Los portales, los mensajes, los significados.
Los templos últimos, las montañas infinitas.
La comprensión, esperanza en nuestra salvación.