El engaño del ecocentrismo
Desde muy joven tuve contacto con la Naturaleza. Acudía de niño con mis papás a un parque nacional cercano a la casa, y de joven pasaba casi cada tarde después de las clases en la prepa, recorriendo en bicicleta de montaña los bosques y las laderas de Chipinque. Seguido, los fines de semana, recorría junto con amigos ciclistas, largas extensiones de territorio en la Sierra Madre Oriental en Nuevo León y Coahuila. He sido montañista por más de 20 años ya.
Terminando la preparatoria, me enrolé a estudiar la carrera de Medicina, pero con los años, aquella semilla de aprecio por los ambientes naturales que había sido puesta en mi interior como resultado de tanto contacto la Naturaleza, fue germinando hasta surgir firme la convicción de cambiar de carrera y estudiar Biología. No fue una decisión sentimental, de mero aprecio estético por la Naturaleza; me impulsaba un intenso deseo por COMPRENDER. Comprender el elemento fundamental de nuestra realidad, que es la Naturaleza, el mundo que habita el ser humano. Sabía que en la Biología encontraría las herramientas básicas necesarias para abordar esa exploración.
Han pasado muchos años desde entonces, y he recorrido un largo camino de estudio constante y cada vez más expansivo. Estudié una maestría en ciencias, especializándome en manejo de cuencas hidrográficas. Por mi cuenta he abordado la oceanografía, la geología, la ingeniería ambiental, la filosofía de las ciencias naturales. He hecho investigación en ecología de bosques y de ríos, he trabajado en restauración de suelos y en reforestaciones, en manejo de especies exóticas invasoras, y he aportado como voluntario mi conocimiento en asesorar a gobiernos municipales y estatales en temas ambientales. A la par, siempre mantuve atención en seguir cultivando mis conocimientos en otros ámbitos del saber humano: la filosofía, la economía, la tecnología, la historia, la sociología, y desde luego, la literatura, y finalmente, la política. He abordado también mi propia psique humana, habiendo cumplido años de psicoanálisis.
A lo largo del tiempo, mis perspectivas, moldeadas por tantas subsecuentes realizaciones sobre lo observado y lo estudiado, han ido evolucionando. Si tuviera que elegir un aprendizaje principal entre todos, es que las ideologías humanas no pueden reflejar mayor precisión y congruencia que la profundidad y amplitud de conocimientos en que estén basadas.
Y las ideologías hoy predominantes en el conservacionismo ambiental, reflejan más ignorancia y sentimentalismo, que conocimiento y racionalidad.
Cualquier persona con el suficiente conocimiento y esforzada capacidad crítica de análisis, es capaz de reconocer cómo el conservacionismo ambiental ha sido secuestrado hoy en día por una determinada agenda política. No se trata de que cierta ideología política coincida con el reconocimiento de las problemáticas ambientales por sí mismas: se trata más bien, de que dicha ideología política ha reconocido que la preocupación social por el medio ambiente puede ser manipulada y aprovechada a su conveniencia y para provecho de impulsar y dar fuerza a tal ideología política.
El problema es que los graduados de las carreras ambientales clásicas, principalmente la biología y en menor grado las ingenierías en distintas disciplinas ambientales, reciben, aprenden y reproducen un adoctrinamiento que gravita en torno a una conceptualización principalmente sentimental respecto a las problemáticas ambientales, misma que, sin una amplitud de conocimientos suficiente y necesario para contrabalancear dicha carga sentimental, se externaliza sin restricciones y consume sin cuestionar el resto de la propaganda adoctrinante que la ideología política que monopoliza el tema ambiental tiene preparada para manipular y dirigir a sus soldados ambientalistas.
El epítome de esta propaganda, es el concepto de ecocentrismo, contrapuesto como reemplazo al criticado antropocentrismo.
En apariencia, el ecocentrismo es un acierto. Desde luego, cualquier científico entrenado en ecología reconoce que el ser humano es parte integral del ecosistema planetario, y que, como tal, su supervivencia depende directa e indirectamente de la funcionalidad e integridad de los ecosistemas y de la enorme diversidad de otras formas de vida que habitan la Tierra. No somos en este sentido, especiales, o diferentes, ó independientes, ó libres de las reglas que gobiernan a la Naturaleza y sus delicados y maravillosos equilibrios y dinámicas.
Y desde luego, hay un antropocentrismo que ha sido pernicioso y sumamente dañino para nosotros mismos y para la Naturaleza; es el antropocentrismo de la soberbia, de la arrogancia, de la ingenuidad y del desprecio por la Naturaleza y de la ignorancia de ella y su funcionamiento.
Sin embargo, y aquí radica el punto crucial de mi mensaje:
El ecocentrismo que hoy se busca difundir como la respuesta a los problemas socioambientales, es una falacia, una trampa, que lleva a la degradación del ser humano, y que se sostiene sobre ingenuas ilusiones, y ultimadamente, sobre simple y llana cobardía. Es un ecocentrismo que desprecia al humano, denostándolo y rebajándolo a una nimiedad, no porque ser equivalente a los demás seres vivos eso implique, sino como resultado necesario de un patológico juicio subjetivo que busca compensar nuestros pecados ambientales y sociales.
Un ecocentrismo que propone subrepticiamente que el humano, puesto que no está a cargo de la Naturaleza, no tiene responsabilidad alguna, y por ende no tiene riesgos que enfrentar, decisiones qué tomar, incógnitas qué responder y horizontes qué alcanzar. Desde luego, el ecocentrismo argumenta que está ahí la responsabilidad de aprender a respetar el medio ambiente, de trabajar por lograr una forma de convivencia armónica con la Naturaleza. Pero la forma, la perspectiva que propone para lograrlo, es la resignativa, la que minimiza el potencial significado de la humanidad, la que pretende liberarlo de la carga de buscar ese significado y enfrentar los terrores y vacíos existenciales que a lo largo del camino es necesario abordar, los errores que ha sido, es y será necesario cometer para aprender. Es una ideología que propone que ya hemos aprendido lo suficiente, y que no queda más que aprender a vivir en comunidad y en armonía, porque no hay nada más allá e intentarlo es condenarnos a perecer y extinguirnos.
Y desde luego, esta ideología política acompaña al ecocentrismo con su otra propuesta, a veces explícita, pero siempre implícita: hay que reemplazar al capitalismo con el socialismo, argumentando que es el capitalismo el reflejo del antropocentrismo, y que el socialismo es el reflejo natural del ecocentrismo.
Los problemas que señalo, se transportan por igual a este discurso. Puesto que cualquier persona bien informada y librepensadora, resguardada de discursos retóricos sentimentalistas, sabe y reconoce que el capitalismo, a pesar de sus fallas, ha sido el motor fundamental que ha levantado a la humanidad de su condición material y espiritual precaria y le ha permitido a través de ello expandir enormemente sus horizontes en conocimiento sobre el mundo que habitamos y sobre nuestra posición en él. El capitalismo ha sido lo que ha sacado de la pobreza a miles de millones de humanos tanto en términos absolutos como relativos.
Una persona sensata se cuestionará ¿por qué hay tal empecinamiento por parte de esta ideología política, por reemplazar de tajo el sistema – por uno que repetidamente a lo largo de la historia, se ha demostrado que fracasa terriblemente, causando terror, agonía y muerte a decenas de millones de personas – en vez de proponer trabajar por discernir claramente sus fallas y hallar formas de superarlas, mejorando así el modelo y trascendiendo a una forma superior del mismo?
La respuesta está en que hay una cobardía innata en quienes encabezan esas propuestas. Porque así como no invocan para sí mismas ni para los demás el espíritu de ánimo para trabajar por enderezar el antropocentrismo de antes y crear uno nuevo y trascendente, prefiriendo rebajar la posición del humano a una que lo exima de responsabilidad, del mismo modo prefieren retornar a visiones utopistas, ingenuas e irrealistas que, aunque vestidas con la apariencia de justicia, equidad y benevolencia, en realidad nacen del egoísmo, el rencor y la cobardía.
Lo que los humanos debemos enaltecer como visión es un antropocentrismo de la responsabilidad y el deber. Debemos tener la valentía de aceptar que nos ha sido otorgada una inteligencia superior a la de las demás especies, una capacidad innegable para manipular y transformar mucho de la Naturaleza, y que ello trae como consecuencia inseparable una responsabilidad superior y sagrada que no podemos rechazar, por más que los ecocentristas quieran esquivar y negar.
No por nada es ésa misma ideología política la que trabaja sistemáticamente por derrumbar el edificio espiritual que por siglos ha sido el apoyo moral de la humanidad en su arduo avanzar. No por nada es esa ideología la que propone que las instituciones que han sido el armazón crucial de sostén cultural y moral, tales como la familia y la educación tradicional, sean desechadas y reemplazadas por formas progresivas desprovistas empero de un núcleo moral real. No por nada es esa misma ideología, la que trabaja incansablemente por reducir la independencia del individuo, por denostar la autoridad moral de una idea espiritual superior y trascendente, y por erigir en cambio el sometimiento a una figura de Estado cada vez más amplia y omnipresente.
Y es por eso, que en este Día Mundial del Medio Ambiente, quien sea sensato y responsable, debe rechazar los discursos y la propaganda cobarde que predomina y ha monopolizado el tema ambientalista, y oponerle el conocimiento, la racionalidad, el pensamiento crítico y la valentía que nos hará seres humanos trascendentes y responsables con la Naturaleza.