El romance con la sierra

Romance

Yo sé que estoy solo en la vida bellísima que Dios me ha concedido vivir.

 

Aquello que en mi corazón resguardo con el mayor cariño y devoción, es una esencia que etérea proviene silenciosa de un pasado lejano, que Dios me concedió vislumbrar, que toda mi vida he anhelado develar a plenitud y resguardar. Es aquello que subyacente perduró y perdura bajo todos mis demás intereses y pasiones complementarias, todas las demás dichas y bellezas. Aún contrastantemente firme ante la visión más sublime, científica, que he llegado a tener la dicha de expresar en mi mente y espíritu sobre la realidad y el cosmos más allá de nuestro firmamento.

 

Sé que en ello estoy esencialmente solo, como siempre ha sido a lo largo de los años. Mi andar en la montaña me fue siempre de plenitud en soledad, desde su advenimiento en mi ser, independientemente de estar o no acompañado en veces. En soledad la descubrí, en soledad la fui conociendo, en soledad nació mi dedicación incólume a ella.

 

Hablo desde luego de la soledad de la compañía material, únicamente. Nunca estoy solo. Conmigo cargo la llama de esa esencia, resguardada desde ese pasado lejano. Llegó a mí durante mi infancia, y en su luz habita el recuerdo de generaciones y generaciones de humanos, habitantes de un tiempo en que se vivía, y se resguardaban en el alma ideales distintos y una sencilla, pero inconscientemente vasta devoción por la naturaleza.

 

No se está solo cuando se camina entre ellos. Los seres que son cada habitante del bosque de la montaña. No sabemos ni jamás podremos hablar con ellos, pero me basta estar entre ellos, peregrinar a sus dominios, respirar y siempre, como cosa jamás hastiante sino eternamente nueva, percibir oculto, inalcanzable, el misterio de su vida distinta. Así es, no puede ser de otra forma y en ello está la dicha de su presencia ante uno. Por eso este romance es inagotable. Imagino que la contemplación de Dios en el paraíso de que se habla en la cristiandad, debe ser como esto.

 

Ahora finalmente recuerdo una de las razones para convertirme en biólogo: el anhelo de hacerme sacerdote de uno de los instrumentos descifratorios - científico en este caso - con el cual intentar una aproximación a ese vasto reino que apenas percibimos y que jamás podremos comprender del todo. No porque creyera que ésa es la herramienta perfecta, última, definitiva; sino para poder abarcar también ese aspecto del vasto reino al que ya dedicaba yo mis percepciones en muchos otros ámbitos.

 

Prueba de ese vínculo es el elemento culminante, el más importante, el conclusivo de mi preparación oficial sacerdotal, que es la dedicatoria de mi tesis de maestría, lo último que escribí de ella:

 

A la Gran Sierra Plegada,

con profundo respeto y devoción

a la vida y entidades que en ella habitan.

 

 

Yo soy feliz en la dicha que Dios me ha concedido. No falto a la verdad al afirmar que he explorado con pasión y determinación muchos, muchos aspectos más allá de las expresiones obvias de esta devoción, y hallé mucha felicidad en ello, y conocimiento, y amargura también. Fue un viaje de distanciamiento de la sierra, porque el serranismo me precisaba entonces un alejamiento y un adentramiento a todo lo demás, para un día regresar y con sabiduría comprenderlo mejor. Tal fue el viaje, que hubo un tiempo largo que extravié esa esencia de mi espíritu. Anhelante mucho después, exhausto, busqué reencontrarla en lo sepultado dentro de mi corazón, sin lograrlo por mucho tiempo.

 

He andado demasiado. Demasiado, demasiado y hasta más allá del hartazgo he hospedado en mi boca el sabor desagradable residual de los duros caminos del aprendizaje. Eso, y el de aquellas realidades ineludibles de nuestro predicamento humano. Mi espíritu cansado de años, me ha estado rogando retornar al puerto desde el que zarpó en este necesario viaje de conocimiento. A Dios gracias, he logrado ejercer la fuerza para ejecutar lo necesario para comenzar a RETORNAR, a contracorriente de un ánimo enfermo que, de haberlo obedecido, me habría hecho continuar errante, tal vez sin fin ya, en un camino sin finalidad real.

 

 

Vivir en sencillez real, para dar materialización a la esencia que me ha sido confiada; que no muera conmigo, sino que persista como luz que sea de guía y dicha para otros en sus propias vidas. Ejercer la esencia. Honrarla.