La significancia de la Navidad

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Hoy es el día de la Navidad, 25 de Diciembre, del año 2023. Y a pesar de que sea una festividad aún celebrada, se percibe cómo va perdiendo fuerza con el pasar de los años; poco a poco ha ido diluyéndose socialmente su importante significado.

 

Decimos, y deseamos a nuestros familiares, amistades y conocidos "que pases una Feliz Navidad con tus seres queridos", pero parece la importancia de la celebración tiene ya más que ver con la próxima conclusión del año, integrándose con la serie de festejos relacionados a la mera sensación de culminación que nos inspira esta temporada, motivo para finalmente darnos respiro y descanso del trabajo y ajetreo cotidianos, pero sin vincular ya tal descanso a un motivo espiritual.

 

De niño, recuerdo que lo que más asombro, maravilla y admiración me causaba de esta temporada era la sensación colectiva de inminencia prolongada, de algo grandioso por llegar: la Navidad tenía a mi percepción en lo que abundaba a mi alrededor - en la escuela, en las calles del centro de la ciudad, en la casa, en el hogar - una constante anunciación de algo por venir, que tan preciado y sagrado era, que merecía esa fervorosa, respetuosa y alegre antelación, de felicidad reconfortante.

 

La Noche Buena estaba centrada en una misa especial que rebosaba de suma importancia y solemnidad. Un solemne festejo cargado de seriedad y majestad; las iglesias se llenaban a tal grado de asistentes, que no había lugar adentro suficiente y la gente llenaba el atrio y la explanada exterior para participar de la misa. Los niños, absortos en asombro y maravilla, se abstenían, sin necesitar amenazas de castigo, de sus usuales travesuras y jugueteos; la gente vestía con sus más dignas galas, para honrar la ocasión: se entendía era para la misa, más que para las reuniones familiares posteriores.

 

El peso de importancia de todas esas sensaciones, y ellas mismas, fueron disipándose en mí a medida que fui creciendo; en mi adolescencia desaparecieron, relegadas a algo irrelevante, en concordancia con mis esforzados cuestionamientos religiosos ligados a un trayecto de búsqueda de conocimiento científico y a la progresiva acumulación de experiencias de vida. Si bien el contexto de este trayecto fue en buena parte mi formación profesional en una carrera científica, mis cuestionamientos jamás tuvieron como causa un adherirme a expectativas ideológicas del gremio científico: tuvieron, más bien, que ver con un sincero esfuerzo de pensamiento científico, que para mí necesariamente implicó cuestionar esforzadamente mi conocimiento religioso. Nunca me adherí a una noción de ateísmo para procurar encajar en una figura cultural científica, pero sí fue un hecho que por muchos años, más de una decada, no hubo creencia en mí de la existencia de Dios, ni figura alguna divina.

 

Han pasado casi dos décadas desde entonces, y en los últimos años he visto cómo se ha ido transformando el paisaje de entendimiento a que mi viaje de conocimiento me ha conducido.

 

"Al primer trago del vaso de las ciencias naturales sentirás convertirte al ateísmo, pero al llegar al fondo del vaso, encontrarás a Dios aguardándote."

 

Werner Heisenberg, físico cuántico

 

En otra ocasión me explayaré al respecto, pero diré mientras tanto que he logrado transitar más allá de la postura que se afianza en que toda la significancia de la religión cristiana se acota al papel cultural y tecnológicamente limitativo que la institución religiosa cristiana ha tenido y supuestamente tiene aún para el avance de la humanidad, sus doctrinas no siendo más que ideas a considerarse anacronismos obsoletos por un verdadero humanismo esforzado y consciente.

 

Todo aquello que de niño no podía dimensionar más allá de ser algo ambiguo y bello de lo que emanaban simples reglas de conducta, todo aquello que de jóven dimensionaba como la simple herencia dogmática de tiempos culturales pre-científicos, pero incapaz de brindarnos reales y efectivas armas con qué solucionar las problemáticas del mundo; todo aquello, hoy, y comenzando inesperada pero paulatina y consistentemente hace varios años, todo aquello, repito, redimensiono ahora en formas tan claras, tan certeras, tan lógicas y congruentes que no puedo más que reconfirmar que todo este largo trayecto ha sido un bellísimo regalo de Dios para permitirme conocerlo mejor.

 

Y aquello que con cada vez mejor enfoque alcanzo a vislumbrar, es realmente lo único que brinda límpido y fuerte respiro de esperanza ante el actual panorama duramente desolador de decaimiento sociocultural de la humanidad. Es una esperanza que no nos quita la carga de encima, pero que susurra con mayor claridad al espíritu mientras más te acercas con sinceridad a su fuente: "vale la pena anhelar y trabajar por ser honrado, ser justo, ser generoso, ser valiente, y enarbolar todo ello ante la sociedad". Porque hay una figura de referencia digna, heróica, que nos da inspiración y razón plena para vivir con real dignidad, y que con ello resuelve nuestra incógnita principal existencial, dentro de la medida de nuestras posibilidades realistas de entendimiento.

 

Hoy, probablemente más que nunca y que en cualquier punto de la historia, es crucialmente importante entender esto y revolucionar, no modernizando teóricamente, sino recuperando y haciendo resurgir espiritualmente, la fe cristiana; hoy, que mucho y todo está en contra de ello.

 

"Somos los últimos. Casi los que siguen después de los últimos. Inmediatamente tras nosotros comienza el mundo al que llamamos moderno. El mundo que pretende ser listo. El mundo de los inteligentes, de los avanzados, de aquellos que saben, que no necesitan se les muestren las cosas más de una vez, aquellos que no tienen más que aprender. Es decir, el mundo de aquellos que no creen en nada."

 

Charles Peguy, 1910

 

Toda aquella persona que logre sabiduría, reconocerá que existencialmente, somos seres profundamente espirituales, innegablemente lo somos. Que es esta espiritualidad lo que guía y determina nuestro vivir, así sea profundamente religioso ó profundamente ateo. Y no podrá negar que hay espiritualidades que nos llevan a buen término, y otras que nos destruyen.

 

Quien observe responsable y conscientemente a su alrededor, puede notar lo que el abandono de una espiritualidad bien encauzada, integrada íntimamente, inteligentemente con todo el resto del quehacer personal, familiar, social y político, está provocando: caos, perdición, extravío, estupidez, corrupción, degradación, naufragio y desmoronamiento de todo lo que costó generaciones construir con grandes esfuerzos y penas.

 

Entendamos pues, recordemos, que la Navidad conlleva un anhelo y deseo de felicidad por lo siguiente: porque al sabia y humildemente reconocernos como seres imperfectos, anhelamos y celebramos la llegada al mundo de una figura de referencia máxima espiritual, que es Jesucristo; porque su llegada representa la esperanza inclaudicable, fortaleza para nuestro predicamento existencial ante los terribles embates de la vida y de los problemas del mundo; porque su llegada y presencia, haya sido material hace 2 mil años pero permanente aún hoy espiritualmente, será siempre motivo de fortalecimiento para nuestras consciencias y espíritus, de que hay algo que trasciende lo que alcanzamos a comprender de este mundo, y que a través de continuar esforzándonos en vivir dignamente, honramos y celebramos, y que eso, precisamente eso, es el regalo de vivir en paz por la fe y convicción de hacer lo que es correcto, aún frente a la indeleble incógnita existencial que siempre - y es justo que así sea - nos acompañará durante toda nuestra vida.

 

Y así como es sagrado honrar a nuestros padres con nuestra forma de vivir, honremos y seamos dignos hijos e hijas de Dios, para bien de nosotros mismos y el mundo.

 

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