La vorágine

Voragine1

No tengo ya una idea concreta sobre una audiencia para mis palabras escritas.

Más bien, debo decir que la noción de que en estos últimos años, se concretaría una, no digo ya certeza, sino una ambivalente claridad respecto a quién, o a qué, dirigir mi esfuerzo de materialización reflexiva, esa noción, repito, se ha enfrentado a la inadvertida dilución de intención que lo reflexionado, lo observado, lo traslucido ha provocado sobre ella.

 

Allí están, aguardándome. Tras múltiples horizontes, estaban más allá de una barrera adyacente a mi extenuada atención.

Una barrera que en un simple momento, decidí sobrepasar, en ese muy atenuado, casi letárgico intento de recuperar.

 

Atenazado he estado por la vil transfiguración acaparante, concretada de la complejidad fundamental y trayectorial, la abrumación de la observación temerariamente indisciplinada y anhelante, desde la que, perdida la pisada, resbalé a este lugar sin horizontes sólidos sino elusivos. Lugar de perdición, trampa al espíritu sustentado sólo en audacia, transcurante la disciplina.

 

Yo, que entre ellas viviendo, las veo con la mirada cegada, extraviada, secuestrada por la frialdad, residualidad dominante de un trayecto guiado no ya por mi voluntad real, sino ésta rendida ante el anzuelo de la vorágine; yo declaro, que retornaré ahora a ellas.

 

No escapo. No es huida. Es dar respiro fuerte de nueva cuenta a mi corazón, para cumplir lo que deba ser.

 

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Es suficente ya. Has estado vadeando por tanto tiempo, que a duras penas y sólo por merced de la gran fortaleza que Dios ha concedido a tu espíritu, has logrado aún hoy mantenerte sustraído de la perdición a que lleva indefectiblemente la trampa tendida para quienes se atreven a mirar aquí, a buscar sus trasfondos.

 

Trampa peligrosa, insidiosa. Frente a mí, diviso mis sentires nacidos de lo observado, y la clave para trascender el camino a la perdición es lograr discernir cuáles son auténticos y apropiados, y cuáles surgen de la contaminación que sobre mi espíritu tuvieron y siguen ejerciendo los elementos de lo terrible vislumbrado. Contaminación ideada para sembrar zozobra, desesperanza, desánimo.

 

Es de tal envergadura lo que he logrado vislumbrar en este largo, tan largo camino que por decisión y destino he recorrido, que ha trascendido los ámbitos de lo que esencialmente había presentido; ha superado aquello con lo que a mi alma había yo predispuesto.

 

Sin embargo, por ello y de ello no me arrepiento, sino por lo contrario, soy agradecido. Toda mi vida ha sido regalada con la bendición de Dios, y nunca ha flaqueado en mí enteramente la convicción, la confianza, y no lo hará ahora. SIento, que si tal bendición continua ha existido, si tal presteza y lucidez de mente me ha sido concedida, es justamente para este andar recorrer, y llegar sin temor a donde con discernimiento y sabiduría, mis pasos hayan de conducirme al recorrerlo.

 

No temer. No permitirle a mi espíritu persistir aturdido, inmóvil, oprimido por lo terrible divisado, paisaje que el mal, descubierto, presenta como único posible para desesperanzar a incautos que se han atrevido a develarlo.