Los pilares del desmoronamiento
Estamos siendo boicoteados, ultrajados y reemplazados.
Complacientemente, en un principio hace dos ó tres décadas y hasta hace no mucho, atestiguamos los cambios culturales con una actitud de curiosidad y hasta entretenimiento, interpretándolos inicialmente como una anomalía pasajera, una chiflazón temporal, una extravagancia ilusoria; todas existentes, claro estaba, merced a la tolerancia y el permiso implícitos de una sociedad dispuesta a ser juguetona por un tiempo, como para entretener el espejismo, la contemplación de esas divergencias simpáticas, hecha por mera diversión inconsecuente.
En el día presente, es evidente cómo esas extravagancias degradantes están ya arraigadas, multiplicadas en la mentalidad, en la idiosincracia esencial de una parte de la sociedad a tal grado significativa que institucionalmente han también echado raíces. Esto último debiese hacer sonar las alarmas más urgentes posibles entre la ciudadanía consciente y responsable, pero ésta se ve ya obstaculizada por la difuminación de esos mismos conceptos: consciencia y responsabilidad.
Secuestrados por las fuerzas degradantes, los conceptos y valores morales y éticos han sido desubicados de sus puestos tradicionales, y reubicados en una ambigüedad relativista que funge como crisol para su redefinición encaminada a la reestructuración cultural de Occidente.
Fueron secuestrados progresivamente en el tiempo que ha pasado inadvertido por nuestra postura casi estática, persistente en una complacencia pasmada por una comodidad fatídica producto del contexto de debilitación en el que recibimos, tenuemente, el legado de nuestra cultura como herencia de la última generación que lo recibió aún con contundencia hace ya tres cuartos de siglo.
Sacudidos a momentos de este extraño letargo, vemos sorprendidos al despertar como estamos ya deslizándonos precipitadamente por una pendiente hacia el desmoronamiento irreversible de Occidente. Cada pequeño paso que las absurdas divergencias culturales han dado, ha aumentado su fuerza y audacia, conquistando adeptos entre las generaciones huérfanas de una identidad cultural vigorosa, nacidas en cambio en el contexto del relativismo postmoderno que oblitera toda contundencia, determinación y convicción esforzadas.
Y es entonces que quienes despiertan, se esmeran en un intento por dar claridad a este panorama de decadencia activa que contemplan, por trazar con precisión el camino fatídico que llevó hasta este punto, para tratar de identificar los puntos clave y con ello discernir qué estrategia desplegar para intentar poner un freno a este deslizamiento.
La avalancha de problemáticas que uno va encontrando en ese trazado es sobrecogedora. Uno va observando que de forma análoga a un cáncer metastatizante, la decadencia fue gestando ramificaciones cada vez más numerosas, cada vez más insidiosas, cada vez más expandentes hacia multiplicidad de ámbitos socioculturales, afianzándose así y comenzando a establecer una presencia transformante.
El resultado de esta observación es el enfrentarse a una sensación, por un lado, de opresión inhabilitante al divisar esa multiplicidad autoreplicante de la degradación, y por otro lado, de desarmamiento y extravío, por no parecer contar en lado alguno de este panorama desolador de degradación, asidero de apoyo para nuestras fuerzas y voluntad de resistencia.
Miramos a nuestro alrededor, buscando poder posar la mirada y el espíritu sobre aquellos elementos que eran la piedra angular del edificio de Occidente: la Iglesia Católica, la familia, la academia universitaria, las instituciones pedagógicas, la política de esforzada tradición democratizante, una sociedad en general alineada a la tradición moral cristiana de Occidente. Pero nuestra mirada no halla reposo ya en ninguno de esos elementos, pues los encuentra corrompidos, erosionados, decaídos: están en el borde del colapso.
La gente, antes concentrada en mantener vivos legados familiares de dignidad, orgullo, honorabilidad y tradición, hoy está cada vez más extraviada, a la deriva en el destejimiento del entramado social que era resultado de una institución familiar fuerte y dominante.