Neomasculinidades

Masculinidades

 

La cobardía es un mal antiguo, omnipresente, siempre latente, insidioso, engañoso. La ingenuidad - tan peligrosamente abundante en la sociedad hoy en día - la considera - y con ello cometiendo un grave error - meramente un rasgo desfavorable de la personalidad, de consecuencias no ulteriores a simplemente hacer objeto de una tenue inatractividad ó impopularidad a quien posea dicho rasgo. Hemos incluso llegado ya, bajo influencia de las condiciones socioeconómicas sobradamente cómodas y seguras de nuestro tiempo contemporáneo y la complacencia insensata que fomenta, a ver que la distinción concreta de la cobardía se está disipando bajo el decadente paraguas de la subversiva aceptación indistinta del todo como parte del todo válido e incuestionable.

 

Si la ociosidad es la madre de todos los vicios, la cobardía es la madre de todos los males. Sus efectos son tan perniciosos e insidiosos, tan expansivos, que sorprende el contraste de ello con su aparente inocuidad. Esta apariencia es precisamente lo que hace tan peligrosa a la cobardía, que bajo tal velo, pasa desapercibida y recibe campo libre para echar raíces en su camino de infecciosa expansión cultural.

 

La vemos hoy en día difundirse irrestricta, con el descaro insoportable de creerse digna de consideración al vestirse con disfraces para validar la justificación de sí misma, irónicamente envalentonada bajo la protección que la decadente revolución cultural de nuestro tiempo presente le otorga cada vez más. En efecto - y para adelantar de una vez la conclusión de este ensayo - mucho de lo que vemos hoy en día surgir como movimientos culturales "revolucionarios", en esencia no es más que la expresión multifacética de la cobardía, a la que le ha sido otorgado un estrado desde el cual afirmar su existencia y exigir derechos que sociedades pasadas sensatamente tuvieron a bien negarle (ver ensayo El síndrome del paladín justiciero).

 

Ejemplo de esa consideración que la cobardía exige dársele lo vemos en el elemento que forma parte esencial de la repugnante cuarta ola del feminismo, y que consiste en el pretendido replanteamiento cultural de la masculinidad. Entre sus proponentes masculinos, es notorio cómo los más entusiastas son hombres que, a pesar de presentarse a sí mismos por tal acto como audaces y valientes, en realidad persiguen un curso de acción dictado por cobardía, de la que son fundamentalmente inconscientes; hombres que biológica y culturalmente no han sido agraciados con una virilidad marcada, y que intelectual y espiritualmente no han logrado más que niveles superficiales de trascendencia.

 

Bajo la cultura postmoderna cada vez más dominante socialmente en la que se tambalean los valores y preceptos tradicionales, estos hombres, como toda la sociedad que coquetea con esta revolución cultural, se ven liberados de la tediosa tarea de trabajar por hacer realidad en sí mismos, en la mayor medida alcanzable de lo posible, el ideal masculino/humano supremo, el arquetipo heroico al que tradicionalmente a lo largo de las generaciones pasadas se ha instado siempre al individuo a aspirar, y en cambio, hallan hoy en la narrativa de las nuevas masculinidades el nicho ideal en el que cómodamente ajustar su persona, sin requerir en realidad aspirar a cambio sustancial alguno.

 

Bien lo expresan aquellos que reflexionan sobre los tiempos presentes:

ModernityHeroes
Postmodernidad

Habilitados de tal forma, estos individuos se tornan en instrumentos de coerción social para la nueva narrativa, fungiendo como impulsores de ella al participar activamente en su difusión en espacios colectivos físicos y digitales; los hay quienes se atreven incluso a erigirse como instructores en cursos diseñados para convencer al individuo que debe deconstruir y reconstruir su masculinidad con base en los preceptos que la postmodernidad dicta. Resulta de ello la aberración intolerable consistente en que individuos sin la más mínima autoridad cognitiva, moral, filosófica, espiritual ó existencial para ello, sean quienes ahora pretenden tener la razón y la verdad respecto a cuestiones que están muy lejos de comprender realmente.

 

 

La naturaleza de la cobardía

 

Es necesario entender, ante todo, que es un error conceptualizar a la cobardía únicamente como la expresión emocional de miedo, rechazo e inacción ante una situación palpable e inmediata de peligro, como si toda su esencia, toda su consecuencia, todo su efecto se manifestase en y limitase a únicamente un contexto así.

 

La realidad es que la cobardía (igual que la valentía) define, donde presente, la estructura completa de percepción y procesamiento de absolutamente todo a lo que un individuo está expuesto en su vida, y es la estructura misma que determina las acciones, actitudes y decisiones que el individuo toma como respuesta a su entorno.

 

Se entiende entonces por qué históricamente toda sociedad sensata y con sentido de dignidad y libertad, ha condenado en mayor ó menor grado a la cobardía, asegurándose de limitarla en su población, fomentado en cambio el cultivo en el individuo de aquellos valores e ideologías conducentes al desarrollo esforzado de la valentía.

 

 

Hay un punto crucial por comprender: la cobardía no es únicamente un defecto ó debilidad impuestos por la desfortuna del destino genético sometido al azar existencial; la cobardía muta hacia consolidarse como un vicio, cuando alimentada por el individuo que, lejos de trabajar en reconocerla en sí mismo, enalza lo que ella le dicta a su consciencia para evitarse el sufrimiento que, como todo acto introspectivo esforzado, le implicaría a quien carga con ella, el reconocerse afectado por tal rasgo del espíritu.

 

Hablando desde el punto de vista biológico, el aspecto fundamental / inicial que determina la propensión de un individuo a ser fenotípicamente cobarde ó valiente es su genotipo. Por lo tanto, es esperable que en el pool génico de una población cualquiera humana, exista un porcentaje de genotipos determinantes inclinación hacia la cobardía, y otro porcentaje determinante inclinación hacia la valentía, de igual manera que existen porcentajes variables para genotipos que determinan una miríada de características biológicas en los individuos que conforman en su conjunto al total poblacional. Esto se traduce en una realidad incómoda: hay individuos cuya inclinación natural es hacia la cobardía.

 

La coerción social moldea la cultura que da identidad a una población/sociedad, siendo la herramienta multifacética que asegura de forma dirigida que los rasgos personalísticos/ideológicos/morales/éticos acordados culturalmente como deseables, sean los que predominen en dicha sociedad.

independientemente de la existencia en tal sociedad de individuos cuya inclinación natural pueda ser opuesta a esos rasgos socialmente acordados como deseables. Y esto se logra,

 

Lo que vemos suceder hoy en día es precisamente la subversión

 

Esta propensión genotípica base del individuo es moldeada durante su desarrollo, por una infinidad de factores de su entorno, entre los cuales los más importantes son la interacción con su padre y madre biológicos ó con sus tutores, y los factores coercitivos socioculturales comunicados e impuestos a cada individuo de la sociedad por medio de la educación formal y de las reglas morales y éticas predominantes en las interacciones sociales en su conjunto.

 

 

 

 

El aborrecimiento que se expresa en mi consciencia ante la patente decadencia que insidiosamente ha contaminado la cultura secular de Occidente, tiene un apartado de particular odio hacia quienes tienen autoría intelectual en aspectos concretos de esta repugnante revolución sociocultural. Y sin embargo, mi aborrecimiento es mayor hacia los cobardes a quienes esta revolución ha ido dando cada vez mayores espacios de expresión y participación.

 

Siempre han sido aquellos, que entre los humanos son los que padecen este terrible y destructor rasgo de la personalidad y del espíritu, los responsables indirectos, pero de facto materiales, de los peores infiernos que el humano ha erigido para su prójimo y sí mismo.

 

Es bien sabido, o debiese serlo, que el autoritarismo no se sostiene por sí solo. Es decir: no bastan la voluntad y detestable egoísmo soberbio de un megalomaníaco para que se logre la obediencia. Ésta se obtiene principalmente a través de la fuerza y la violencia, y son siempre los cobardes quienes, por diversas razones, conforman el grueso de las huestes que al mando de bastardos tiranos, son el brazo que las ejerce sobre los que serán sometidos a ellos. Las conforman, las forman y las reforman, dándoles estabilidad y consolidando la estructura de poder, que se anquilosa en una estaticidad reflejante el anquilosamiento mental que mantiene al cobarde sumergido en su estado de desgracia, de la cual encuentra respiro únicamente intensificando cada vez más los actos de brutalidad y opresión hacia aquellos sobre los que esgrime artificial e ilegítimo poder.

 

 

 

...... continuará.

 

 

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